Cuenta la leyenda que su
origen se remonta al periodo Edo, entre el siglo XVIII y XIX, cuando un noble
logró capturar un enorme pescado y quiso vanagloriarse ante el Emperador, pero
no estaba cerca para mostrárselo, y a uno de los samuráis que le acompañaban se
le ocurrió embadurnar el pez con tinta para ponerlo luego entre dos papeles y
frotar suavemente con sus manos, de modo que quedó grabado y de esta forma se
pudo ver la envergadura del animal.
Lo emplearon después los
pescadores, también para dejar constancia de las capturas. Dicen que por las
escamas de los peces se puede conocer su edad, de allí que se fuera afinando el
método para no perder detalle alguno. Es importante el papel a emplear como la
tinta, pero lo fundamental es el modo de frotar sobre el papel para captar la
imagen del animal. Frotar se dice taku en japonés. Gyo significa pez.
Pronto se convirtió en un
arte, el Gyotaku, que se expandió por Japón pero también por otras costas de
Asia. El refinamiento logró que se buscara una mayor pulcritud y delicadeza. Se
comenzó a emplear también con otros animales del mar.
Este pasado domingo, el
24 de noviembre, tuvimos la ocasión no sólo de apreciar algunos de estos
grabados, sino también de que nos los explicaran José María Ferarios y José Abel
Sánchez, ambos creadores, artistas y difusores de esta técnica entre nosotros. Exponen
de modo conjunto en el Itsasmuseum de Bilbao, allí donde hubo astilleros no
hace tanto tiempo y el mar estuvo tan presente, lo está aún hoy, y ambos nos
fueron contando cómo se lleva a cabo la técnica de grabar peces en papel.
José María Ferarios,
hombre muy relacionado con el mar, nos fue contando los secretos de este oficio
artesanal, su tradición y la técnica cuidadosa y ponderada, los distintos
papeles que se requieren, los que mejor resulten para captar los perfiles y los
detalles del animal que se pretende grabar, las tintas que se necesitan y,
sobre todo, el modo de frotar para que el resultado sea idóneo. José Abel
Sánchez, por su parte, aplica color, mezcla otros elementos con resultados a
veces sorprendentes y aprovecha también lo desechado por José María Ferarios
para dar con otros formatos y otras maestrías.
No cabe duda de que el
resultado nos fascinó e intrigó a la vez.
Nos hablan, entre grabado
y grabado, de los talleres que organizan y del interés que despiertan entre
niños y mayores. Entre grabado y grabado también escuchamos poemas sobre el mar
y viejas leyendas del Japón.
Y así se nos fue la
visita, fascinados por los mundos marinos y por los grabados que invitan a
soñarlos.
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