lunes, 4 de noviembre de 2019

Lecturas en la noche de ánimas


Al final, cualquier excusa es válida para reunirse, para que nos demos compañía y  nos dediquemos a contarnos historias. Esta es, al fin y al cabo, la verdadera función de la literatura, da lo mismo que sea al calor de una hoguera una noche de verano o junto a la chimenea en el frío invierno, por una razón cualquier o por una fecha determinada, el día del libro por ejemplo o el nacimiento de un escritor, o porque de algo habrá que hablar, ya estemos en el campo, en una casa o en un bar, también da igual que empleemos un libro convencional, en papel, si puede ser algo ajado y amarillentas sus hojas, o cualquier formato de esos que se emplean hoy, lo que importa, lo que de verdad tiene valor, es leer y compartir relatos, ideas y sensaciones.

Vale, es verdad, Halloween es una fiesta importada, algo que hemos visto una y mil veces en películas y en series norteamericanas, no es una costumbre nuestra, si es que hay en verdad algo nuestro, digamos que de esas cosas que se remontan a cientos de años, también es cierto que se ha empezado a poner en práctica hace cuatro días, como quien dice.

Pero ¿acaso hay alguna costumbre que no sea importada, que adoptemos en algún momento, que finjamos que es real?¿No somos al fin y al cabo consecuencia de mezcolanzas varias, de gestos que se intercambian, a veces se imponen, en ocasiones se van asumiendo sin que nos demos cuenta, incluso por puro placer?

No otra cosa es la literatura, un sinfín de autores que escriben en un sinfín de lenguas y emplean un sinfín de historias que les inspiran, a veces se las prestan unos a otros, se las toman de inspiración, reescriben los mismos relatos una y otra vez, y los leemos también una y otra vez porque cada lectura ejerce un efecto distinto. Además, aquí también, lo que importa no es la repetición, sino lo que sintamos en cada una de las lecturas.

Así que la noche de ánimas o de muertos o de espíritus macabros, lo que sea, nos reunimos en la terraza del bar El Allende, en pleno Portugalete, y mientras por las calles del casco viejo de la Villa se cruzaban gentes del lugar con disfraces variados, un tanto tenebrosos y por supuesto mortuorios, nosotros nos dedicamos a compartir historias, un rato lago disfrutando con la literatura.

No pudieron faltar Poe, Bécquer o Larra, pero también otros que nos obnubilaron, nos sacaron un poco de resquemor o, por el contrario, nos hicieron reír, que también los hubo. Llegamos incluso a cantar, aun cuando esto contraviniese el deber de sentir miedo o incertidumbre. No olvidemos que hablamos de la muerte y del más allá, no cabe más incertidumbre. Pero nada da de verdad miedo si se comparte un rato de camaradería y de literatura.



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