Al final, cualquier
excusa es válida para reunirse, para que nos demos compañía y nos dediquemos a contarnos historias.
Esta es, al fin y al cabo, la verdadera función de la literatura, da lo mismo
que sea al calor de una hoguera una noche de verano o junto a la chimenea en el
frío invierno, por una razón cualquier o por una fecha determinada, el día del libro por ejemplo
o el nacimiento de un escritor, o porque de algo habrá que hablar, ya estemos
en el campo, en una casa o en un bar, también da igual que empleemos un libro
convencional, en papel, si puede ser algo ajado y amarillentas sus hojas, o
cualquier formato de esos que se emplean hoy, lo que importa, lo que de verdad
tiene valor, es leer y compartir relatos, ideas y sensaciones.
Vale, es verdad,
Halloween es una fiesta importada, algo que hemos visto una y mil veces en
películas y en series norteamericanas, no es una costumbre nuestra, si es que
hay en verdad algo nuestro, digamos que de esas cosas que se remontan a cientos de
años, también es cierto que se ha empezado a poner en práctica hace cuatro
días, como quien dice.
Pero ¿acaso hay alguna
costumbre que no sea importada, que adoptemos en algún momento, que finjamos
que es real?¿No somos al fin y al cabo consecuencia de mezcolanzas varias, de gestos
que se intercambian, a veces se imponen, en ocasiones se van asumiendo sin que
nos demos cuenta, incluso por puro placer?
No otra cosa es la
literatura, un sinfín de autores que escriben en un sinfín de lenguas y emplean
un sinfín de historias que les inspiran, a veces se las prestan unos a otros,
se las toman de inspiración, reescriben los mismos relatos una y otra vez, y los
leemos también una y otra vez porque cada lectura ejerce un efecto distinto.
Además, aquí también, lo que importa no es la repetición, sino lo que sintamos
en cada una de las lecturas.
Así que la noche de
ánimas o de muertos o de espíritus macabros, lo que sea, nos reunimos en la
terraza del bar El Allende, en pleno Portugalete, y mientras por las calles del
casco viejo de la Villa se cruzaban gentes del lugar con disfraces variados, un
tanto tenebrosos y por supuesto mortuorios, nosotros nos dedicamos a compartir
historias, un rato lago disfrutando con la literatura.
No pudieron faltar Poe,
Bécquer o Larra, pero también otros que nos obnubilaron, nos sacaron un poco de
resquemor o, por el contrario, nos hicieron reír, que también los hubo.
Llegamos incluso a cantar, aun cuando esto contraviniese el deber de sentir
miedo o incertidumbre. No olvidemos que hablamos de la muerte y del más allá,
no cabe más incertidumbre. Pero nada da de verdad miedo si se comparte un rato
de camaradería y de literatura.
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